Una de las cosas que me cuesta mucho hacer es ir de compras, algo que evito al máximo, pero que no puedo eludir cuando se trata de la época de Navidad.
La verdad casi nunca hice estas compras solo. Siempre iba acompañado. Esta vez no hubo compañía, de modo que la evitación fue máxima, hasta el miércoles recién pasado.
Estuve desde la mañana pensando en el evento y anticipándome a él. Pude haber ido a la hora de almuerzo (tenía tiempo de sobra), pero no me atreví. Lo que sucede es que cuando el nivel de inseguridad es muy alto no logro decidir una compra. Así que fui cuando ya no quedaba casi día, al salir de mi trabajo.
Fui a una conocida tienda y el espectáculo era amenazante: mucha gente dentro del local. Pero ya estaba más decidido y además iba con una idea clara de las cosas que iba a comprar. Una vez dentro, puse en marcha mis tácticas de "defensa". Decidí pensar que estaban todos en lo mismo: buscando regalos de Navidad. ¿Quién era yo ahí? Un tipo que buscaba regalos para su familia. Logré encontrar lo que buscaba, ponerme en las filas de las cajas y reconocer que los demás eran como yo, ni más ni menos, personas que buscaban regalos para sus seres queridos.
En resumen, prueba superada, con poco de angustia y mucha satisfacción por haber logrado algo que venía evitando hace varias semanas.
sábado, 23 de diciembre de 2006
Logro : Compras de Navidad
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domingo, 26 de noviembre de 2006
Cambio de Terapia
Hace algunas semanas tomé la decisión, la difícil decisión debo decir, de cambiar mi terapia. Hasta entonces había sido atendido por una psicoanalista, la Paula. Estuve con ella durante un espacio de casi dos años, hurgando en mi pasado y en las raíces de mis conductas. En todo ese tiempo, mi avance se vio seriamente limitado por algunos hechos relacionados con mi vida sentimental. El término de mi relación con D., sentirme en la más completa soledad y creer que jamás volvería a estar en pareja, eran temas que llenaban mis 45 minutos semanales de psicoanálisis. Esto hasta que conocí a M., colega de labores, de quien creí enamorarme y con quien estuve durante 6 meses, hasta que ella decidió que prefería la billetera de mi jefe antes que las frustraciones de mi FS. Una vez más, pausa en la terapia y vamos recuperándonos del nuevo fracaso. Tiempo después volví con D., sólo para darme cuenta, casi un año después, que la historia no sería distinta a la primera, que el destino se empeñaba en golpearme con la realidad de que aquella no era la relación que yo necesitaba. Fue este fracaso lo que me hizo caer en lo más profundo de la FS, otra vez. Había dejado ya de tomar medicamentos y sólo estaba con terapia.
Con los síntomas de la FS a flor de piel y el fantasma de las crisis de pánico a la vuelta de cada esquina, visité a mi psiquiatra. Medicamentos otra vez, hay que estabilizar y salir de esto que es un pequeño retroceso, pero no una vuelta a la primera página, según sus palabras. A mí sí me parecía volver no sólo a la primera página, sino a la portada de este libro que nunca acabo de leer, o escribir. La depresión era profunda, las ganas de morir reclamaban su derecho por sobre el deseo de estar mejor. Esta vez, me encontraba solo. Sólo yo y mi circunstancia, sin muletas, sin escudos protectores. Esta vez tenía que salir por mi cuenta y enfrentarme a lo que no me deja vivir, al peor de los miedos.
Como nunca antes, comencé a averiguar más sobre mi trastorno. Me sentí identificado con experiencias de otras personas. Y no es que haya conocido a otros FS, sólo que di con un foro especializado en el tema. Recién ahora pude identificar hechos de mi pasado como claros episodios causados por mi FS. Descubrí que no logro identificar en qué momento dejé de ser una persona "normal" y decidí que ya no me importa. Si toda la vida fui un desadaptado, qué más da. El pasado no se puede cambiar, pero mi presente sí. En mis indagaciones descubrí, además, que la terapia cognitivo-conductual es la más aconsejada para el trastorno de Fobia Social. Decidí probar. Lo conversé con Paula, mi psicoanalista, y ella misma me derivó a Nicole, psicóloga de la corriente que ya mencioné.
He visto a Nicole dos veces. Y han bastado dos sesiones para que logre entenderme y empatizar conmigo, darme la confianza necesaria para contarle todo lo que me sucede y siento, y ponernos de acuerdo en lo que quiero y en lo que ella puede hacer por mí. Estoy muy agradecido de Paula, me ayudó mucho a ver ciertas cosas, a entender otras, a soltarme en terapia, a entender que la psicóloga es quien te trata y no una mujer-pareja-en-potencia que te está sumando o restando puntos según lo que cuentas de ti. Esto es tan importante ahora con Nicole, porque ella es sin duda mi prototipo de belleza femenina, pero tengo tan claro que ella es mi terapeuta y yo su paciente, que no me he guardado nada, nada de ese montón de cosas que me hacen sentir que no soy querible o digno de una mujer como ella. Además, ella ha demostrado ser la psicóloga que yo necesitaba, tanto que siento que esta vez voy por el camino correcto, con la esperanza de que podré derrotar mis temores, mis angustias, las barreras que me impiden ser feliz.
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sábado, 4 de noviembre de 2006
Sin poder despegar
Esto de la FS se pone demasiado complicado a veces. Esta semana no he ido a trabajar. No porque no quisiera o no pudiera, sino porque me avisaron que tenía muchos días de vacaciones a mi haber y tenía que tomarlas. Pedí toda esta semana e incluso hice planes.
Mis planes consistían en hacer una serie de trámites que sólo puedes hacer en día hábil. Quería averiguar sobre ciertas cosas, pero al final no logré hacer nada de lo que me propuse.
Estuve todos los días encerrado en el departamento, abusando de Internet y de la TV, abusando de los cigarrillos, abusando del sueño. Solamente salí el viernes, pues era el último día en que podía ir a pagar mi renta.
Ese día fue más o menos normal. Para llegar a la oficina de la corredora tuve que tomar el tren subterráneo. Mientras me dirigí hacia la estación, luego en el tren y más tarde en la oficina de la corredora, sabía que todo el mundo me observaba, pero hice ruido en mi mente para tratar de que no me afectara. Cuando me desocupé, sabía que necesitaba comprar algo para almorzar (no tenía nada en casa) y además me faltaba una que otra cosa. Tuve que entrar al supermercado. Lo hice temblando. Mientras observaba las góndolas llenas de productos, titubeaba cada vez que iba a coger algo. Más de una vez me devolví por un mismo pasillo, pasando de largo por aquellos productos que yo sabía que necesitaba, pero que no me atrevía a coger por miedo a que alguien observara qué estaba comprando, de qué marca, en qué cantidad y con qué precio.
Al llegar a caja, no habían chicos que pusieran las cosas en bolsas, de modo que tuve que hacerlo yo mismo, con una lentitud que seguramente me hizo sonrojar. Salí de prisa con mis cosas, satisfecho por haber comprado lo que necesitaba, pero temblando de nervios y angustia a la vez.
Aparte del viernes, no he salido más. Hoy tenía dos invitaciones, una de mi familia y la otra de un colega que no sabe que sufro de FS. Son las 9 PM y aquí estoy, sin la más mínima intención de salir. La puerta está con llave y mi mente también.
Otra línea para la información de vuelo de la imagen: Party Time: Cancelled.
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lunes, 30 de octubre de 2006
Encuentros Cercanos
El viernes recién pasado me sucedió algo que no me sucedía en años.
Si tengo un vicio ese es fumar (tabaco) y los días de semana me veo obligado a dejar la oficina varias veces durante el día y salir a la calle para saciar el apetito de nicotina. De modo que el viernes tomé el ascensor a eso del mediodía y al salir del edificio encendí un cigarrillo. Tras unos dos minutos veo salir a una mujer de traje que parecía tener más o menos mi edad. Me pidió fuego. Hasta aquí todo normal, pues es frecuente que preste mi encendedor cada vez que estoy fumando. Luego de devolverme el encendedor, ella seguramente seguiría su camino y yo seguiría divagando sobre las cosas de la vida que son ajenas a mi existencia; sin embargo, se quedó ahí, a un metro de mi, y tras un par de segundos me mete conversa.
"¿Tú trabajas aquí en este edificio?", la pregunta me pilló de sorpresa y mientras pensaba que no era necesario que me hablase tan sólo por haberle prestado fuego, me di cuenta que no tenía opción sino contestarle. "Sí, en el piso xx, en una empresa de xxxx". La conversación siguió en cosas muy superficiales, le hice un par de preguntas y cuando acabé mi cigarrillo lo apagué en un cenicero del lugar a unos dos metros y regresé a su lado para contemplar el más incómodo de todos los silencios. No sé en realidad si ella deseaba seguir conversando o no, ni la razón de por qué quiso conversar en primer lugar, el asunto es que sólo atiné a decir "tengo que volver". Di media vuelta con una agilidad y una angustia abismantes y desaparecí en el ascensor.
Esto es algo que no me pasa a menudo (que me hable una extraña) y quizás por lo mismo me comporté, creo yo, estúpidamente. ¿Por qué tiene que ser tan angustiante? Mientras estuve ahí con ella me sentí ridículo y extremadamente observado, como si a medida que hablaba ella escaneara cada centímetro de mi cuerpo y mis palabras, todo parte de un examen de aptitudes que, claro está, no podría haber aprobado. Ahora pienso que sin esta maldita FS quizás podría haber preguntado su nombre, o haberle dicho que me parecía una persona interesante y que me gustaría volver a conversar con ella. Pero nada de eso, sólo quería huir y esconderme y saber qué razones pudo haber tenido para entablar esa extraña conversación conmigo.
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martes, 24 de octubre de 2006
Hoy me quedé sin almorzar
Entre las muchas cosas que no tolero está almorzar solo. En realidad, la ocasión del almuerzo es una dificultad casi en sí misma, ya que también me cuesta almorzar acompañado (la incomodidad es inversamente proporcional a la cantidad de comensales), pero extrañamente (como si todo esto ya no fuera extraño en sí mismo), almorzar solo me incomoda mucho más que almorzar con otra persona. Sí, tanto que soy capaz de no almorzar, como hoy.
Lamentablemente, mis ganas de almorzar acompañado varían diariamente. Pueden haber días en que la incomodidad no es invalidante y logro salir a almorzar con una o más personas. Afortunadamente, así es la mayoría de las veces. Sin embargo, en otras ocasiones esa sensación de angustia es tan fuerte que prefiero quedarme en la oficina y ordenar algo por teléfono. Es muy posible que por esto no tenga una compañía definida para almorzar. Almuerzo con distintas personas, aunque hay colegas con quienes jamás he almorzado.
Desde un tiempo a esta parte he estado almorzando con M. M es una colega con mucho menos tiempo en la empresa y con quien se ha dado una química muy especial, reforzada por el hecho de que tuve que capacitarla desde su primer día. En todo este tiempo es ella quien me ha pedido que almorcemos juntos (para un FS como yo, invitar a almorzar es una misión imposible). A veces lo hacía y cuando no, yo salía con los colegas de siempre. El asunto es que en las últimas semanas hemos estado saliendo todos los días. Hasta hoy. Al llegar la hora de almuerzo sencillamente se levantó de su puesto y salió. Aquellos colegas de siempre tampoco me avisaron que salían a almorzar y, en resumen, me quedé sin invitación a comer. Me dio rabia, pero también sentí impotencia por ser incapaz de salir solo. Cuando M volvió, me preguntó si todavía no salía a almorzar y por qué. En mi cabeza la respuesta era "porque no me dijiste que fuera contigo", pero mi lengua respondió "saldré en un rato más si es que me animo".
No le dije nada. Guarde silencio y en el resto de la tarde no volví a conversar con ella. Solamente respondía escuetamente a sus intervenciones, muy distinto a lo usual en que ella dice algo y yo contesto con otra cosa que siempre saca alguna sonrisa o celebración de su parte. No salí a almorzar y apenas pude ir a comprar un sandwich que me hiciera olvidar el apetito que tenía a esa hora.
¿Debería haberle dicho, cuando ella iba saliendo, si acaso almorzábamos juntos? ¿Debería haberme unido a los colegas de siempre? ¿Debería haber almorzado solo? Sin duda, cualquiera de estas tres alternativas eran válidas, y probablemente sencillas de realizar, pero para mí han sido, al menos hoy, una misión imposible.
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lunes, 23 de octubre de 2006
El teléfono y los trámites
Para un fóbico social, hacer llamadas telefónicas o trámites puede ser toda una tortura. En mi caso, este síntoma está muy marcado y lo sufro diariamente, pues debido a mi trabajo tengo que comunicarme telefónicamente con personas todos los días. No tengo escape, aunque varias veces he cambiado el teléfono por un mensaje de correo electrónico y otras tantas he esperado incluso varias horas antes de levantar el auricular y hacer la llamada. Por lo general, cuando llamo prefiero hacerlo cuando estoy solo o cuando hay muy pocos colegas cerca de mí en la oficina. Sin embargo, hay muchas otras llamadas (aquellas no relacionadas con trabajo) que esperan días y meses sin que pueda realizarlas. Algunos ejemplos:
- Quiero enterarme más sobre la cirugía Lasik (uso anteojos y me gustaría operarme la vista), pero he sido incapaz de llamar a los centros especializados
- Llevo algún tiempo viviendo solo y todavía hay cuentas que llegan a mi domicilio anterior (el de mis padres), pero no he podido llamar para actualizar mis datos de contacto
- Quiero averiguar sobre mis posibilidades de crédito hipotecario, pero no me atrevo a llamar a los bancos
- Hace algunos meses, un maestro vino a hacer unos arreglos en la logia del departamento, pero el trabajo quedó inconcluso por razones de fuerza mayor. Estas razones ya no existen, de modo que debería venir a terminar su trabajo. ¿Adivinaron? No he podido llamarlo
La lista suma y sigue. Para mí, llamar por teléfono o salir a hacer trámites es como pedirle a alguien con miedo a las alturas que se lance en paracaídas.
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domingo, 22 de octubre de 2006
Sobre la fobia social
La fobia social es una enfermedad que se presenta en 6 de cada 100 personas en Chile. Quienes no la conocen pueden confundirla con la timidez y no reconocerla como una enfermedad, un trastorno mental que puede llegar a ser grave, pero que sin embargo tiene tratamiento y buen pronóstico para la mayoría de quienes la padecen.
Entre los síntomas de la Fobia social se cuentan los siguientes:
1. Miedo terrible a hacer o decir algo que cause vergüenza frente a los demás.
2. Temor a cometer errores y a ser juzgado por ello.
4. Temor a encuentros inesperados con conocidos, familiares o amigos.
5. Dificultad para participar en reuniones sociales.
6. Incapacidad para mirar a los ojos a otras personas.
7. Rubor, sudoración o náuseas al participar en actividades con otras personas (reuniones de trabajo, fiestas, etc.)
La sintomatología del fóbico social puede variar bastante. Como en todas las fobias, este trastorno impide llevar una vida normal y plena. La dificultad para relacionarse con los demás puede generar depresión e ideaciones suicidas. En algunos casos (casi 40% de los pacientes, según Wikipedia), los fóbicos sociales suelen refugiarse en el alcohol o las drogas para poder vencer el temor y hacer cosas que, en condiciones normales, no podrían hacer.
Soy parte de ese 6% de chilenos que padece fobia social. Me diagnosticaron la enfermedad hace menos de 2 años, pero es muy posible que me haya acompañado desde la adolescencia. Es posible que mucha gente padezca fobia social sin saberlo (es fácil confundirla con una extrema timidez) y que no acuda a un especialista para enterarse de ello. En mi caso, la fobia social vino acompañada de crisis de pánico, y fueron éstas las que me hicieron consultar a una siquiatra. Mis crisis de pánico eran fuertes: episodios que duraban entre 2 y 10 minutos, en que mis extremidades se adormecían, mi corazón palpitaba a mil y yo estaba seguro que era el preludio a mi muerte.
Estuve con medicamentos durante más de un año y he estado en terapia durante casi dos. Hace unos tres meses tuve una ruptura sentimental que hizo reaparecer la fobia. Hoy estoy en tratamiento médico nuevamente y esta es mi historia.
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